Viaplana, el rostro del vértigo
Sus cuadros combinan lo frenético y lo
concreto, un mundo entre salvaje y racional que ha sabido hallar
magistralmente el punto de intersección evitando así una radical y
unívoca adscripción. No hay nada gratuito, todo obedece a la razón
y al arrebatosa lo milimetrado y a lo infrenable.
A menudo, el hecho de encontrarse fuera
de la gran ciudad es un arma de doble filo que, comporta tanto
ventajas como inconvenientes. En general, la actividad que más le
gusta, es ver porno de virgenes
y que uno puede hallar por estos pagos suele
transcurrir, de una forma insoportablemente aburrida, entre los
restos del naufragio de una escuela paisajística más que enterrada
o los inciertos devaneos de una supuesta modernidad digna de toda
sospecha. El descubrimiento de un trabajo sólido y persistente entre
tales parame tros, conduce a un reconocimiento inmediato de semejante
actividad, cuya abundancia -por otra parte- brilla por su ausencia y
que se erige, así, en vía de escape respecto al panorama
circundante, vocación de 1 out-sider y necesidad de desmarcarse, a
la par.
Ese doble filo del cual hablaba antes
significa, por una parte, la comodidad de trabajar individualmente,
sin tener que someterse directamente a reglas o imposiciones de
ningún tipo, lo cual no excluye las ganas de mantenerse en la onda
de la situación, el esfuerzo por no quedarse más y más aislado y
apartado en su soledad de casi exiliado, que viene a significar uno
de los hipotéticos inconvenientes de esta situación extra
barcelonesa.
En tal situación geográfica y
ambiental es donde viene desarrollándose desde hace ya un buen
puñado de años, a caballo entre Granollers y Barcelona, la labor de
un joven pintor exitoso a raíz de su reciente exposición en la sala
que «la Caixa» tiene en la calle Monteada de Barcelona. La obra
reciente de Vicenc Viaplana empieza a rezumar testarudez y
empecinamiento en el objetivo final, empeño en lograr, y así ha
sido, una solidez y una consistencia -material y coneeptualmente
hablando- tales que rechaza ya cualquier tipo de observación
referida a su inexperiencia o a su juventud. Hasta cierto punto es
lógico pensar que los años no pasan en balde y que para llegar a
sus veintisiete años, pletóricos y rebosantes, necesitó empezar su
andadura allá por los lejanos setenta, en plena aventura conceptual,
en pleno frenesí de búsquedas y salidas, cuando Granollers era un
bullicio de modernidad y euforia artística, con unos «Premis d'Art
Jove» causantes del posterior grupo de conceptuales catalanes entre
los que se contó otro joven de la zona, Jordi Benito, que luego
seguiría por unos derroteros únicos en todo el panorama artístico
español contemporáneo.
De diez años que Viaplana se mueve en
los circuitos artísticos catalanes, experimentando cambios y
mutaciones, transformaciones técnicas y evoluciones estilísticas,
alternando -en su condición de ser bifronte- unas aproximaciones
figurativas progresivamente complejas y unos paisajes abstractos que
han ido fundiéndose entre sí hasta confundir el umbral que los
separaba, un umbral subjetivo hasta la raíz.
Llegados a este punto, el estado actual
de su obra -como suma, recapitulación y síntesis de momentos
anteriores- impone una cierta reflexión. El logro de ese esfuerzo
sintético, por una parte, y su adscripción a un subjetivismo como
motor de su actuación, por otra, empiezan a configurar algunas de
las características conceptuales de su obra, guiada, a pesar de las
apariencias, por una profunda reflexión teórica, tanto a priori en
cuanto que estado gestante-, como a posteriori, un volviendo la vista
hacia atrás para reconocer el camino seguido y subsanar futuros
errores y equívocos. También hay que pensar en hitos fundamentales
en su trayectoria, y cabe citar entre los últimos, la serie de las
banderolas de «Atracció» o la gran pieza de «Sis pintures».
Aunando toda esta serie de elementos, uno puede proyectar el paisaje
mental en el que se mueven los parámetros de la pintura de Viaplana,
flanqueados por la razón reflexiva y la pasión subjetiva, oscilando
siempre entre binomios, combinando y sintetizando hallazgos e
intuiciones y dándolos a entender, a la vez, como prueba de
honestidad e indecoro. Y su rigor comporta, como pocos, una
autodisciplina rayana con lo indecible, en la que las pocas fisuras
visibles delatan la existencia de unos turbulentos y subterráneos
ríos de caos que afloran a la superficie a veces incluso en contra
de las voluntades del autor. Sólo lo terrible y lo angustioso
motivan y obligan, sólo la pasión se convierte en reflejos
espejeantes de una realidad supuestamente oculta e innombrable. En
este caso, asistimos al desdoblamiento de personalidad, al surgir de
un objeto como fruto del sujeto en una comunión raras veces tan
conseguida.
Es en este punto, inmersa su obra en el
vértigo imparable del proceso creativo, cuando el placer por el
resultado y por su origen se sitúan en cabeza de cualquier lectura
de los cuadros. No hay nada gratuito, quizás un leve toque de azar,
todo obedece a la razón y al arrebato, a lo milimetrado y a lo
infrenable. El artista ya no miente doblemente, su obra es la
realidad y toda la verdad se encierra en ella: una libertad en la
apariencia que reafirma los postulados de Schiller respecto a la
belleza, una situación de su obra toda en el camino del lado
salvaje, limitando con el abismo, última consecuencia de ese
salvarse de la tragedia inminente a toda costa.
El conjunto global de la obra de
Viaplana hay que verlo como un esfuerzo titánico en lograr la
construcción de un discurso, esencialmente críptico, utilizando un
idiolecto propio e intransferible, aunque no indescifrable. El
extenso paradigma existencial se vuelca en cada cuadro, estalla como
revelación en el más mínimo trazo, A la vez, el «ut pictura
poesis» horaciano viene a sumarse y a enriquecer las consideraciones
sobre su pintura, que deviene categoría «figural», doi» de la
sucesión de imágenes, ya demostradas ya intuidas, funcionan en
tanto que entidades . sígnicas -sea presentado o bien
representando-, cuyos planos se unen en una relación a menudo
convencional, arbhraria, en la cual los significados pueden no tener
nada que ver con la apariencia, con frecuencia sospechosamente
explícita. Las pipas consiguen serlo a fuerza de no serlo, dan la
vuelta al círculo del pensamiento y se abrazan por detrás de la
razón. Cada cuadro se convierte, así, en una reflexión puntual, de
un continuo que se explica fragmentadamente, pero que responde a una
misma voluntad de acción y de pensamiento.
La
obra reciente de Viaplana, llegada a un punto culminante de madurez y
solidez, va recorriendo unos caminos que ya no tienen pérdida,
forjados a base de reflexión, duda y posterior decisión. Firme
convicción de querer ser, su obra surca unos senderos nada fáciles,
tales que le llevan a compartir aquella idea según la cual Goethe
«suicidaba» a sus personajes para salvar así la piel.